Vengo del Norte
Vengo del Norte, busco una nueva forma de vida y no sé dónde la puedo
encontrar— me dijo aquel hombre sentado en un banco de concreto; y así como
caen las gotas de lluvia en un aguacero insaciable contra el pavimento,
llenando los baches, huecos y fallas de las calles, así caían las ideas en el
fondo de su razón llenando los huecos negros de su memoria y anegándolos de
impaciencia. Busco cultura para escapar la inercia brutal. En el Norte,
afirmó mirándome a los ojos, sólo hay avenidas de concreto, comunidades falsas,
asfaltos interminables, amistades simuladas y granjeadas en el transcurso de
una inicua existencia. Allí no existe cultura colectiva. Su topografía es igual
en toda la nación. Las ciudades del Norte están hechas con el mismo plano y
molde. Ciudades forjadas de la noche a la mañana, con todo lo necesario. No son
ni renacentistas, ni coloniales, a pesar de que tratan de imitar sus rasgos
estructurales con cartón prensado, aserrín aglomerado y paredes de estuco
prefabricadas. Todos los fines de semana sus ciudadanos acuden a las
mega-tiendas a comprar lo que estiman necesario. Egoístamente se aíslan para mantener
su casa de cartón. Protegen su economía personal a cualquier costo. A nadie le
importa como vive su vecino o si vive o muere. Vengo del Norte que se expande
hacia todos los lados, contagiando su insipiencia—recalcó con insistencia. En
cuanto adquieren una casa de cartón acuden a las mega-tiendas a comprar lo
necesario para lograr el sueño imaginado. Corren todos los días en busca de un
clavo más, una lámpara, una luz, un interruptor, una manguera, o un tubo porque
no funciona bien el sistema de riego. Acuden a las mega-tiendas para empezar
una decoración insípida e interminable que les hace vivir de cheque a cheque.
Se convierte en un pasatiempo necesario. Drenan los bolsillos con alternativas
creadas solo para ellos. Recurren a mega-tiendas más baratas, para comprar
aquellos artefactos tan indispensables e innecesarios. Aquí radica su cultura. Lo
indispensable está en continuar esa forma de vida, acumulando juguetes, cajas
sin abrir, y osos de peluche. Viven con sus hijos en el peor de los casos o con
sus gatos y perros en el mejor de ellos. Tienen sus cajas arrumadas, objetos
innecesarios, ropa inutilizable, zapatos nuevos nunca utilizados y zapatos
viejos que se deterioran y se tuercen en el closet por falta de uso. Los
zapatos pasados de moda con la suela entera, finalmente terminan en la basura
sin remordimiento. Es perfecto como lo han diseñado todo para mantenerlos
ocupados y solucionar sus insípidos problemas. Todavía no han creado una tienda
donde se compren las cosas verdaderas. Pero la crearán y creerán en ella. Vengo
del Norte en busca de cultura, una migración humanamente necesaria, dónde la
puedo encontrar—me preguntó. Allí sólo hay comunidades nacidas de la noche a la
mañana con mega-tiendas, cafés, y restaurantes sin cultura. Este mundo lo
quiere asimilar Latinoamérica. ¿Para qué? Si todos se van de allí buscando
cultura, raíces y un poquito de humanidad. Hasta la humanidad es artificial.
Los pobladores del Norte son seres de cartón, bautizados por un deje inconsciente,
producto de las mega-tiendas y sus políticas. Buscan soluciones inmediatas sin
importar el medio. Y si corren peligro, entonces, recurren a los clavos de
plomo y los escupen a los hombres de carne y hueso. El artificio de
su ética y moral está hecho de cosas inservibles pero necesarias. Creen que han
fabricado la familia perfecta, la casa ideal, el país ejemplar, y tienen miedo
de perder sus zapatos en el closet, los muebles arrumados, y soledad acumulados
en las casas de cartón. La unidad involuntaria del pueblo del Norte radica en
su interés personal y en el miedo de perderlo todo. Nadie conoce a su vecino. La
vida personal del hombre de cartón es una incógnita. Viven atemorizados y se
sienten seguros en su casa de cartón. Vigilan desde allí, detrás de una
pantalla de televisión. Luego salen a las mega-tiendas a continuar su vida
y dependencia. Recorren las estanterías llenas de pantalones, camisas, zapatos,
perfumes, juguetes, clavos, cartones, cables, tubos, herramientas; taladros, martillos,
destornilladores, muebles, inodoros, baldosas, y sueñan despiertos en cómo
mejorar su vida, solos. Así se distraen de la realidad cuando no están viendo
televisión, aunque este sea otro falso entretenimiento. El ser de cartón no
conversa de nada sustancial. Habla de los muebles de patio, de los programas
populares de televisión, y de los arreglos en su casa. Tienen que ocuparse
mecánicamente para ahogar su mediocridad. El ser de cartón es también mediocre.
¿Pueden imaginar su mediocridad? Se asemeja a los zapatos viejos que tiene
guardados en el closet. Su rostro es agrio por la falta de cultura. Vengo del
Norte, emigro por cultura. La última vez, en mi desesperación, emprendí cuesta
abajo una bicicleta, con la luz de la luna que apenas alumbraba el camino. Me
quería entregar a la noche como ella se había entregado a mí. Quería saber si
yo también era de cartón. Mis amigos me seguían en sus bicicletas con luces
apropiadas para descender la montaña, pero yo los había dejado muy atrás. En
una curva pedregosa mi bicicleta empezó a convulsionar hasta perder su control.
Uno de mis amigos me había alcanzado y anunciaba a gritos mi precipitación.
“¡Hombre al suelo…hombre al suelo… hombre al suelo!” Mi pie estaba amarrado al
estribo del pedal izquierdo. Rodé con la bicicleta junto a mi pecho. Un sonido
fuerte retumbó en mi cabeza. El golpe en la boca me había roto el labio
superior. Medio convulsionó mi cuerpo hasta que dejé de rodar. Las piedras
alrededor confirmaban mi condición natural y me sentía atraído por un aire
familiar. Me sentía más cerca a la tierra. Mis amigos de papel se acercaban con
sus luces apuntándome a la cara. Hice gestos extraños, no pertenecientes ni al
ser de cartón, ni al de papel. El murmullo de la noche llamó resonancias
humanas olvidadas. Me sugería que no somos de cartón. Me olvidé de la
existencia y vi hombres crucificados infamemente y otros con medallas de
colores en el pecho y galones en los hombros, tendidos en el suelo, muertos.
Escribí esa noche con pluma recia y con tinta invisible para permanencia en mi
memoria, por eso se lo cuento hoy. La sangre en las piedras se mezcló con la
enlodazada memoria, para recordarme que no soy de cartón sino de barro transformado
en carne y huesos por dioses olvidados. Caían los recuerdos del hombre de carne
y huesos en mi memoria como caen las vigas en una casa vieja. Reminiscencias
escondidas. Recorrí chaquiñanes, parques, bosques, y vi hombres sinceros que
jugaban con una pelota de caucho, y mujeres que tejían ponchos, cobijas, gorros
y telas de varios colores. Las luces seguían en mis ojos y sólo podía ver las
cejas lisas y cuadriculadas de los hombres de papel. Todo me llegó en ese
momento; los olores a guarapo, chicha fresca y recién masticada; los olores a
mote y encebollado y a caña de azúcar recién cortada. Repetía, ¡emigro del
Norte, busco cultura! Estaba alegre porque en ese mundo, de carne y hueso, la
casa de cartón se había desvanecido. Y volvía a ser yo; sin tapujos ni
restricciones. Y mis huesos molidos eran míos; y mi sangre era mi sangre; y mi
sabor a sal era mi sabor. Estaba alegre, al pensar que ya no existía sólo para
la casa de cartón; olvidé estanterías, libros, filosofías, retóricas e ideas y
recobré mi capacidad universal de carne y huesos; sensible y consciente de mi
esencia, sustancia, y del barro que corre por mis venas. Allí, en ese instante,
se proyectó el espectro indescifrable. Ese camino pedregoso era la sábana
natural que acogía con afecto mis huesos molidos. Sobrellevaba una realidad
mística, poblada de medias sombras, de mujeres de luna y de templos dorados.
Había rodado como aquellas rocas que se desprenden de un peñasco y se
precipitan cuesta abajo golpeándose de lado a lado hasta que termina
silenciosamente en el fondo del barranco. Alguien me decía, ¿Estás bien? Creo
que sí, le respondí. Mientras sentía los huesos molidos y el sabor de sangre
mezclado con mi sudor en mis labios hinchados. Me miraban, unos sonreídos,
otros consternados. Agarré la bicicleta, me monté y salí a mayor velocidad.
Ellos gritaban, ¡no…espera... tienes hijos! ¡cuidado con el barranco! Me sentía
libre y contento. No era de cartón. Estaba hecho de carne y huesos y eso me
alegraba. Traté de explicarlo pero no me entendieron. Mis amigos de cartón son
más ingenuos y creen en sus políticas. Y además son de papel, viven en casas de
cartón y están cortados con las mismas tijeras. Y no lo saben. Ahora me
encuentro en La Mitad del Mundo, aquí, junto a usted, y me encamino
hacia el cráter de una gran ciudad. Vengo del Norte, busco cultura, me entiende.
I went West & it is a very similar experience. Even left the medieval castles, real coffee and real baked bread. And now I'm here wondering why but I'm also not the same anymore. You simply cannot go back to be the person you once were even though you wish you could and fit right back in.
ReplyDeletePeople who never left their home country country often can't understand how it makes you feel some place between not having left for sure and not ever really arriving somewhere. And they are very lucky that way. From Ute
Very true for all of those that have left their motherland. I hope you enjoyed the short story.
ReplyDeleteI read your story in my lunch break and I could very much relate! Thank you! I hope there will be a print version one day. Turning pages is just so much better. Ute
ReplyDeleteProf. Oleas:
ReplyDeleteMe gusto mucho lo que escribio. Nunca se lo he comentado pero siempre me he identificado con ud., con sus ideales, ojala la mayoria pensara como como usted. Tristemente muchos de mis familiares tienen esta mentalidad materialista e idealizan este pais. Pero gracias a Dios hay pesonas como usted que influyen grandemente en los demas, como ha sido conmigo.
Saludos, un abrazo.
Dania Zarate.
Así es Dania, no podemos jamás olvidarnos de nuestra esencia. Es inevitable que el mundo materialista intente cancelar todo y a todos. Necesitamos despertar esa conciencia en los nuestros para mantener viva la esencia de nuestra cultura. Quizá ese sea el proposito de este cuento. Gracias por leer y compartir.
ReplyDeleteHola, Fernando, soy italiana y vivo en España, te diré que aquí las cosas no son tan diferentes, quizás no se llega a los extremos que comentas pero con las nuevas generaciones nos vamos acercando cada vez más.
ReplyDeleteQuizás sea el camino que la humanidad sigue debido a la globalización que tiene su lado bueno y su lado malo.
Así es Paola, es un mal que recorre todos los caminos y naciones. La cultura está la tierra que se nace.
DeleteEstoy asombrada. Me ha gustado tu filosofía. Soy una española en México y si algo he aprendido es que no sólo EEUU, todos los países centrales, siguen esa pauta. Es horrible pero podemos sobrevivir no perdiendo ciertos principios. Hay un tema de un Español, Rubén Morodo, que me gustaría invitarte a escuchar. Estoy con Paola, es la globalización imparable.
ReplyDeleteEs un placer tenerte en la Comunidad de Relatos Extraordinarios. Vine del Norte y encontré cultura ;)
Gracias Ana. En la tradición literaria buscar norte era símbolo de progreso y cultura. Debemos buscar (las masas colectivas) la manera de integrar a la humanidad y provocar un cambio pacifico para rescatar, mantener y prolongar los indicios de nuestra cultura.
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