El Preso
Aquel hombre pensativo, triste y forzado a meditar su existencia se
consume y flagela con sus pensamientos. Parece que el mundo no tuviese ni un
ápice de esperanza, como si el presente se lo hubiese tragado todo de una sola
bocanada. Hoy lo encuentro exhausto y soñoliento. Creo que aún no ha perdido la
naturaleza primaria de adaptabilidad y acoge sus sueños fragmentados en el
rincón de un hueco sucio que aparenta ser un basurero que encarna esqueletos
vivos. Aquel hombre encuentra su posición, entereza e integridad humana y vive
entre treinta en una pequeña celda para seis. Por su ingenuidad perdió su
libertad, pero ha encontrado la grandeza de su entereza. Ha analizado su
existencia y se ha visto y examinado como ser humano y entiende que puede
ofrecer mucho más de lo que hasta ahora ha cumplido. Sus vínculos familiares se
han acercado y ha logrado comprender la inmensurable hermandad que existe
debajo de su piel. Hermandad que se afinca a través del sufrimiento. Llegó allí
como si fuese un mal sueño. Sintió dolor por todas partes menos en el cuerpo y
descendió en él una penumbra inconsolable. Como si se hubiese vuelto mudo o
como si sus palabras no tuviesen ningún valor. Estaba recostado en una lámina
fría, en un catre de metal inoxidable, del tamaño de su cuerpo, como las
planchas de la morgue. Con seis u ocho rostros desconocidos al frente suyo que
no lo miraban como a un sueño sino como parte de su propio entierro. Murmuraban
monosilábicos de soledad. Sonidos guturales similares se escuchaban en la celda
contigua. Trasladado al lugar donde se prolonga este maldito sueño del cual no
puede arrancarse pero si puede sentir el catre de metal en su espalda como si
fuese una segunda piel. Se había convertido en una pieza más de su celda, un
barrote o una bisagra más que niega a desdoblarse. Los goznes de sus huesos
rechinaban deseosos por desarticular esta mal engendrada circunstancia. Sabía
que su espacio corporal era limitado pero eso no le impedía sentir y razonar.
Finalmente se resignó a vivir solo con esos dos sentidos. Estaba enterrado vivo
en una fosa de cemento. Allí no esperaba nada de nadie, ni nadie esperaba nada
de él. Su razonar se atrapaba en un círculo que repetía las mismas cosas una y
otra vez. La sensación más constante era aquella del frío y la humedad que
penetraba los huesos y la memoria. Se acostaba en su catre metálico como se
acuestan los cuerpos en la morgue y fijaba su mirada en el techo esperando una
pala de tierra más. Descendió repentinamente en un sueño profundo y sintió que
le cayó un terrón de tierra en su ojo derecho. Este se desmenuzaba entorno a su
rostro y luego caía un segundo y luego un tercero. Se arrancó del sueño con una
bocanada de aire y se dio cuenta que eran cucarachas las que le caminaban en el
rostro. La idea de estar muerto lo había trasformado. Todas las noches
soñaba lo mismo o algo análogo. Le caía tierra o lo comían los gusanos o le
arrancaban la piel con las uñas. No era el sueño de un hombre ridículo sino lo
ridículo de un sistema legal que amputaba el sueño de un gran hombre. Al
principio se despertaba casi inmediatamente, luego se fue acostumbrando a
dormir con esas inquietudes. Esas torturas se habían convertido en su razón de
vivir aunque sea soñando. Se quejaba buscando reconciliación con un Ser
supremo. O no escuchaba, o no le daba la gana de saber nada o simplemente no
existía. Lo último le parecía lo más razonable. El infierno ya se lo había
ganado con la existencia pero este círculo no lo entendía. De pronto soñó que
alguien lo levantaba. No opuso ninguna resistencia. Ese lugar oscuro se
expandía y él gravitaba a gran velocidad hacia el centro de su mismo cuerpo
cada vez haciéndose más pequeño. Su cuerpo se contrajo con velocidad
inverosímil y colapsó en su mismo centro. Hola, hay alguien ahí, insistió, pero
su voz se expandía como encerrada en su propio tórax. Sabía que existía sin
cuerpo pero concebía su forma y eso se le hacía insoportable. Odiaba saber su
forma social necesaria y quería concebirse íntegro como la sombra reflejada en
el muro posterior. El error del antropomorfa está en creerse poderoso y porque
es como es aunque no lo sea. A la distancia, como en un túnel rectilíneo apenas
brillaba una luz. No sé si rodaba, pero iba encaminado, empujado por su sombra,
en esa dirección. En este espacio podía hablar un lenguaje que quizá despierto
no lo podría entender. Era un lenguaje universal que no necesitaba de palabras
ni sonidos guturales pero su comunicación era más efectiva. Su conocimiento de
las cosas tenía un orden superior y no se derivaba de las fallas de la retórica
ni de la exactitud de la ciencia. En ese espacio se vivía sin códigos, sin
éticas, sin morales regidas por instituciones obsoletas, pero se concebía un
orden humano superior. A medida que se acercaba hacia la luz una mano
invisible, no como las manos deben ser, apuntaba los errores que había cometido
en su vida. Desde su creación, arteria por arteria, veía sus propios
defectos genéticos que se iban a manifestar más tarde en esta mal concebida
sociedad. La voz le decía que solo la razón y la conciencia podían oponerse a
los defectos genéticos de su personalidad, siempre y cuando los reconozca y
acepte. Mírate allí perdido y pensando que con sensaciones corporales puedes
calmar la deficiencia de tu carácter, le decía. Quería esconderse tras los ojos
que no tenía, fruncía el ceño imponiendo una verosímil verdad. Era imposible,
su apariencia externa no existía y el engaño en ese espacio era consigo mismo.
Deja de pretender, le decía, observa, juzga y corrige. Luego detrás de una
tienda de abarrotes en un parque de tierra junto a una quebrada vio a un niño
con un espíritu superior que se dejaba llevar por sus inclinaciones naturales.
Vivía en la simplicidad pero era íntegro. Era un parque con una cancha de
fútbol de tierra, seis columpios y una resbaladera. Este niño estaba más
consciente de la naturaleza que de la necesidad social. No escuchaba los gritos
de otros niños en el parque porque le eran afines, comunes y monótonos. De
pronto ese niño se levantó, llamó a otros dos y les dijo que le sigan.
Empezaron a caminar hacia una quebrada que se había convertido en el
depositario y basurero de desechos humanos. Bajaron la quebrada consternados
del grito que escuchaban desde fondo de ésta. Luego los vio subir con un perro
entre sus brazos que tenía las patas rotas. Algún ser humano que había perdido
el contacto con la naturaleza había desechado este perro inservible en el
basurero. El perro con sus orejas inclinadas hacia atrás agradecía a este niño
por su naturaleza. El niño se regocijaba con los otros dos y compartían su
preocupación sin trasmitir ni una palabra. En ese estado no había celos,
envidia, avaricia, competencia. La preocupación era unánime, el interés el
mismo. Ese deseo ininterrumpido del bien natural los hacía estar en contacto
con el universo. Su religión radicaba en su naturaleza y su comunión era la
integridad humana. Sintió pena por él al verlo y deseaba regresar a su estado
original. ¿Cuándo te distanciaste de tu naturaleza? Le insistió una voz que
parecía ser suya. Siguió hacia la luz en ese espacio inverosímil y vio otro
niño ahora un poco más grande que se guardaba dinero ajeno en su bolsillo.
Comparaba el uno con el otro e intuía un distanciamiento y confusión. No te
detengas, dijo la voz, mira, piensa, juzga y corrige. Después vio a un hombre
que no reconoció. Estaba sentado en una mesa rodeado de gente falsa y los
miraba pero no los veía. Se reía con ellos pero se notaba en él una ausencia
total. Levantando una copa decía salud y el resto le hacía fiesta. Vivía en
festejo pero no estaba contento. No hallaba la forma de llenar ese espacio que
había aprendido a llenarlo con sensaciones de índole social, aunque éstas
fuesen falsas. Su rostro era agrio, su risa aparentaba felicidad pero no porque
realmente reía con satisfacción sino porque alguna vez en su vida había
aprendido a reír realmente. La forma de reír era sólo un acto inconsciente de
la memoria. La risa en sí requiere de unión consigo mismo, con el niño que
bajaba la quebrada. Lo único que sabía en ese punto era que la causa del
descenso era él. Luego lo vio tirado boca abajo, borracho. Lo miraba desde
lejos y decía pobre hombre. ¿Por qué otra razón puede el hombre emborracharse o
buscar alternativas sino porque no se soporta a sí mismo? Piensa que a través
del alcohol puede distanciarse pero no sabe que lo único que hace es hundirse
más. Abruptamente lo arrancaron del sueño un par de oficiales corruptos.
Desesperado en el sueño llegó al borde de la luz y cayó. Sentía en su ojo
derecho un liquido caliente y semiconsciente pensaba que podría ser un pedazo
de tierra que descendía por sus párpados. Ya se había acostumbrado a prolongar
sus primeros sueños y no le preocupaban las cucarachas. ¿Estás bien? Dijo esta
vez una voz humana. Se arrancó del sueño, se tocó la ceja sangrienta y se dio
cuenta que se había caído del catre. Miró alrededor y vio las cuatro
paredes que le privaban su libertad. No sabía cómo había llegado a ese sueño
pero contenía toda su existencia. Comprendió que su naturaleza había sido
infectada por un orden social equívoco y por los gérmenes que contaminan la
sociedad. Donde la mentira era unánime a la verdad y donde la justicia no sirve
al más justo sino al que tiene más poder e influencias. Se volvió a subir al
catre y no durmió por un buen trecho.
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