El Muchacho del Barrio
El encuentro fue inevitable. Fue una de esas cosas que uno no puede
escapar. Han pasado más de 15 años y lo encuentro de nuevo al frente mío en
Nueva York. En una ciudad que jamás me la esperaba que fuese así. La encontré transformada
al antojo de mis deseos. El Central Park era más extenso. Mi mirada lo transfiguraba
todo. Este lugar que abrazaba a sus transeúntes con las sombras de sus
edificios es testigo de una relación que no debió haber empezado así. Parece
que los años de espera se mantuvieron latentes debajo de la piel de Daniel. Yo
jamás supe de sus potenciales y mucho menos del misterio de sus ojos, que mezclan
con el color del ocaso su memoria y la mía. Por primera vez lo veo,
o mejor dicho, me fijo con empeño en los detalles de su ser, de su
piel, de su mirada. Daniel, en los años de mi infante pubertad era uno de los
amigos de mi novio, uno más de los del barrio. Me cuenta Daniel ahora detalles
de mi persona que ni siquiera yo puedo recordar. Me da señas y detalles incluso
de la ropa que llevaba el primer día que me conoció. ¿Será verdad que se
recuerda o simplemente se vale de mi olvido para traer a la memoria cosas que
no son? No me importa si es verdad o no. Yo lo quiero creer así, y eso me
satisface. Me comenta que siempre tuvo deseo de conocerme más y que siempre se
sintió atraído por mi. Hoy llegué a la ciudad de New York, en una época de
invierno muy propicia, en la víspera de los retoños del mañana. Como buenos
amigos de la infancia y con el respeto de siempre decidimos compartir el mismo
lecho. No había necesidad de aclarar o de mencionar que no se nos permitía
ningún avance de ninguna clase. Esa noche, 20 de marzo, último día de invierno,
decidimos tomarnos una botella de vino y reír a todas anchas las picardías de
nuestra infancia. Así lo hicimos. Llegó la hora de dormir y caí en un profundo
sueño consolador, mezclando con la borrachera las imágenes de la memoria. Entre
sueños, sin saber si lo que sucedía realmente era parte de la realidad empecé a
sentir una mano caliente que acariciaba mis entornos. No quise despertar, tomar
conciencia o reconocer si lo que sucedía era parte del sueño o de la realidad.
Me impulsaba más a sentir lo que este sueño me proporcionaba. Mi cuerpo se
movía, se arqueaba, mas mis ojos permanecían cerrados. Sus manos... mis manos
se confundían y no las podía controlar (no las quería controlar). Quería que el
sueño controlase todos mis impulsos.... todos sus impulsos... todos los deseos.
Me sentía como un barco a la deriva... como un náufrago arrastrada por las olas
del mar; abatida, bañada, revolcada al ritmo de sus manos y las mías. En el
medio de este sueño sentí un beso frío que me hizo reaccionar y reconocer la
realidad. Era un beso cualquiera. Un beso que no debía ser. Me di media vuelta
y sin decir nada me metí en el sueño. La mañana siguiente nos miramos y no
dijimos nada (como es típico de los borrachos, pretender no recordar nada de lo
sucedido, especialmente, si de alguna manera agobia nuestra conciencia, entonces, cada uno por su cuenta, decidimos callar). Daniel trabaja en otra ciudad, me dijo que regresaría el jueves por
la tarde. Desde el lunes hasta el jueves pensé muchas veces que aquel encuentro
jamás debió haber sido. No de esa manera. Pero si no hubiese sido así,
entonces, ¿cómo? Quizá el destino nos guarda sorpresas bien arregladas y su
trabajo a la distancia era preciso en ese momento para arreglar los problemas
de una conciencia que luchaba entre el placer natural y una moral-innecesaria,
nefasta. Caminaba por las grandes avenidas, los parques, los museos buscando
indicios o respuestas en cada imagen, palabra, o rostro, pero todo fue inútil.
Cómo llegué a aceptarlo no lo sé, ni lo quiero saber. No todo lo que sabemos lo
sabemos porque sabemos la respuesta sino más bien sabemos porque lo sentimos
mas no lo sabemos explicar. ¿Saben lo quiero decir? Estoy segura de que quien
quiera que lea esto lo va a entender aunque no tenga nada de lógica y todo de
confusión. El jueves mientras me preparaba para salir, a eso de las once de la
mañana, llegó. Le pregunté que qué hacía tan temprano en casa. Hábilmente no
respondió a mi pregunta y me dijo que no demoraba mucho en tomar una ducha para
salir juntos a dar un paseo. Me pareció una excelente idea. Debido a una
aberración de la memoria me emperré en ir al barrio italiano. Fuimos, comimos,
charlamos de todo menos de aquella noche. No me interesaba saber nada. Solo
quería disfrutar de todo lo que este muchacho de mi barrio, que no había
conocido jamás, me ofrecía. Aquí fue la primera vez que me fijé en sus ojos que
jamás había mirado antes con la magia de hoy. Su color, su mirada profunda, los
destellos o paisajes al rededor de su pupila parecían señas de territorios no
explorados. Islas atraídas por la fuerza de su mirada y mi voluntad. Luego
ocurrió lo que tenía que ocurrir. Fuimos a casa después de haber disfrutado de
un día como ninguno, acumulando y revivificando nuestros deseos. Mis muslos
parecían dos jirones de piel lloviendo en sus labios mientras me retorcía en el
arco de mi espalda a merced de sus deseo y los míos. Pasaron tres, cuatro o
cinco días, no recuerdo bien. Enmudecida yo en su piel y él en la mía. No me
interesaba perpetuar esta relación ya que ese era el principio y el fin. Daniel
me preguntaba que cuando nos volveremos a ver. Yo le respondía con la misma
pedantería de cuando niña; que no sea necio que las cosas son como son y no
como tienen que ser. Hoy, lo único que me queda es una sonrisa que se me pasma
al pensar que las cosas no empezaron como debían empezar. Si solamente no me
hubiese dado ese beso y me hubiese regresado al sueño de la forma que me sacó,
todo hubiera sido perfecto.
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