Despertar
No bastaría una vida entera para demostrar que su moral era histórica
y que concientemente había forzado un palacio imaginario para escapar la moral
impuesta por su padre. Luchaba en contra de principios falsos para encontrar su
naturaleza y no quería negar esa condición que se manifestaba desde el fondo de
sus entrañas. Fueron dos años de constante lucha contra el gran muro de sus
principios. Caminaba ella por sus veinte años y todavía negaba su propia
sensualidad. Todo empezó en un pueblo remoto y distante. El pudor y la castidad
eran la base de un principio asimilado y todo pensamiento que se saliera de ese
orden sería un reto innecesario. Buscaba respuestas en los libros para
sumergirse en ese microcosmos social, lleno de experiencias, fantasías y
realidad. Llevaba con ella la
carga y miedo de expresar lo que su conciencia y sus entrañas gritaba. Hoy
empezó a cuestionar los principios que le pertenecían y buscaba señas de quién
era ella en el rostro de las demás. En las mujeres que se sentían libres y
deseosas por ser como las adolescentes deben ser. Sus padres le habían
inculcado la buena conducta por miedo a que se pierda en la promiscuidad y
porque no sabían de otra manera. Al igual que ellos, ella también había aceptado
con pasividad una moral que no arriesgarse a producir una contradicción
necesaria. Su padre había eternizado la imagen pecaminosa del sexo para
mantenerla virgen hasta el matrimonio. No podía aceptar que sus hijas en la
pubertad manifestasen señas de placer. Su padre lo determinaba peligroso y era
su deber protegerla. No se daba cuenta que al mismo tiempo iba reprimiendo la
naturaleza de su hija y que esto podría ocasionar un daño aún más grande. El perjuicio
fue gradual hasta lograr mutilar en sus años de pubertad la esencia de la
curiosidad. Era prohibido y ella lo había aceptado así. Sin cuestionar. Había aprendido a vivir rígida,
metódica y tratando que todo movimiento de su cuerpo proyectase la imagen que
su padre deseaba. A sus veinte años llega a esta ciudad del norte donde el sexo
sin sensualidad es una norma. Dónde el orden social del progreso y el Internet
han logrado también mutilar los aspectos de la sensualidad, promoviendo
solamente la promiscuidad. Llega a esta gran ciudad y se da cuenta que la
sexualidad no es un pecado y que dios no existe.
También los palacios construidos en el aire tienden a desaparecer.
Palacios con estanterías que cargan los pesares y delicias de la vida en sus
libros transparentes, con lomos que rebelan la dulzura de una piel jamás
imaginada pero concebida en cada reglón, en cada página, como la historia
transformada del hombre olvidado.
Esos palacios se quiebran con líneas diagonales, inclinadas hacia la
sombra de un leopardo mudo que se deja sentir y que absorbe en cada mancha los
pensamientos y sudores de su piel. Curvas y cuerpos que se crean como si fuese
la primera Eva originada del pensamiento de un gran autor, de la costilla de un
libro olvidado. Nace omnisciente y conciente del mundo efímero que la rodea y
entrega su rostro en el fondo de una apaciguada verdad. Los primeros colores
son verde-piel, como los musgos que se aferran en las cuevas de la verdad. Ella
se encoge en su palacio con sus libros y mentiras para transformarlos en
verdad. Cada milímetro de sus poros fueron bien pensados y diseñados para este
momento. Se cierra el primer libro y se abre el otro. En el segundo sólo se
encuentra una interminable mirada y su lomo ha desaparecido. Se crea una mente
anhelada solo para imaginarse lo que es vivir. Cada neurona llamea una infinita
conexión con un dios distante que la trajo para sentir y animar el fuego de sus
entrañas. En la siguiente página transparente se proyecta un corazón de agua
que fluye desde su centro para apaciguar los movimientos de un cuerpo que
tiende a confundirse con las olas horizontales de fuego. Luego los riñones, el
hígado, y poco a poco hasta llegar a armar la cúspide de sus senos. Así, hasta
quedar inclinada y arrodillada y con el rostro hundido en una poltrona,
disfrutando de su omnisciente imaginación. En el siguiente libro, a través de
todas sus páginas transparentes y reflejadas en los espejos siderales se
crearon sus ojos etéreos para proyectar su naturaleza perdida. El rostro
indefinido que esconderá su mirada por miedo a ser descubierta da pauta a su
creación. Todavía no tiene el poder de la palabra aunque no sea necesario. Sus
labios fue la tarea más difícil, no por su forma sino por sus movimientos que
necesariamente tenían que pronunciar la palabra justa. Primero ensayó con sus
labios los movimientos prohibidos, besó sus libros en el lomo y sintió con
ellos a todos los personajes que salían de la transparencia de Cien Años de Soledad. Devoró con ellos a
José Arcadio. Apartó con duras palabras a la mujer que decía qué bárbaro para tomar su lugar; y el
libro se desvaneció. En la siguiente página se encontró un símbolo que no era
inicio sino fin. Con el omega empezaba la estructura humana. En ese libro se
sentía única, indestructible, ilimitada. Su cuerpo era el transporte
irresoluble hacia la indescifrable moral humana, encontrada en libros
transparentes. Hasta ahora todo parecía más concreto y hoy se siente menos ella
pero más diosa y más mujer. Y se confunde. Y así empieza su libertad. Sus primeras palabras fueron: “He
recuperado mi albedrío. No tomo en vano mi imaginación, mi sentir o mi dicha de
saborear y oler el mundo”. Ahora no quería José Arcadios sino hombres de carne
y hueso donde pudiese experimentar todos sus amantes literarios. De leopardos
mudos quería saltar a tigres verdaderos, a leones ansiosos, a felinos que
rasgaran su piel para poder desaparecer con ellos y en ellos. La diosa desnuda
que se desenroscó de su propio cuerpo quiso andar a solas y distante de
aquellos que conocían su origen. Descifrarla y conocerla es retirarla. El
hombre maduro y silencioso, que miraba, entendía y amaba sus entrañas, sabía
que para él, ella era sólo omega: Desvaneció al padre silencioso y errado y el
palacio desapareció.